domingo, 7 de diciembre de 2008

ANTONIO VÁZQUEZ BARQUERO

DESARROLLO ENDOGENO, UN CONCEPTO PARA LA ACCION: DIVERSIDAD DE INTERPRETACIONES

Antonio Vázquez Barquero
Universidad Autónoma de Madrid


1. Introducción
Desde principios de los años ochenta se ha ido extendiendo el uso del término desarrollo endógeno con gran fortuna, y en el mundo académico y profesional ha tenido una gran difusión. Quizás el mayor atractivo del término sea su utilidad para interpretar los procesos de desarrollo de territorios y países, en tiempos en los que se producen grandes transformaciones en la economía y la sociedad como consecuencia del aumento de la integración económica, política y cultural.
Por otro lado, hay que reconocer que es un término, que lo utilizan autores procedentes de distintos campos de las ciencias sociales y actores públicos con líneas de pensamiento muy diferentes, por lo que tiene significados muy diversos. Muchos de estos autores y actores comparten, probablemente, las críticas al pensamiento económico tradicional, y en particular, a la interpretación que desde la segunda guerra mundial y durante más de cuarenta años dominó, las interpretaciones y líneas de acción de las instituciones y organismos internacionales que se ocupan del desarrollo. Pero, dado que estas diferencias conceptuales influencian las propuestas de políticas, conviene precisar el alcance y las implicaciones de las diversas interpretaciones.
El objeto de este trabajo es mostrar que aunque el término de desarrollo endógeno tiene una gran diversidad de acepciones, en realidad se refiere a una interpretación que analiza una realidad compleja, por lo que necesariamente ha de incluir diferentes visiones del desarrollo. Se trata de una aproximación territorial al desarrollo, que hace referencia a los procesos de crecimiento y acumulación de capital de una localidad o un territorio, que tiene cultura e instituciones que le son propias y en las que se basan las decisiones de ahorro e inversión. Por ello, las iniciativas de desarrollo de las comunidades locales se entienden como las respuestas de los actores públicos y privados a los problemas y desafíos que plantea la integración económica en la actualidad, y, por lo tanto, figuran entre las nuevas políticas de desarrollo.
En función de ello, la presentación de este trabajo se hará de la forma siguiente. Se inicia con la discusión de la visión populista que relaciona la cuestión del desarrollo con la reacción espontánea de la población para satisfacer sus necesidades básicas. A continuación, se argumenta que el desarrollo endógeno es una interpretación que considera la cultura y el desarrollo humano como las referencias que están en el centro de los procesos de transformación de la economía y de la sociedad. Después, se analizan los mecanismos y las fuerzas que favorecen los procesos de acumulación de capital y crecimiento económico. Se concluye, por último, que el desarrollo endógeno es un concepto complejo que aglutina múltiples visiones.

2. El desarrollo autónomo de las localidades y territorios
Frecuentemente, se asocia el desarrollo endógeno con la capacidad de una comunidad local para utilizar el potencial de desarrollo existente en el territorio y dar respuesta a los desafíos que se le plantean en un momento histórico determinado, claramente en la actualidad debido a los importantes cambios que el proceso de globalización está produciendo en la división espacial del trabajo. Esta visión implica una valoración positiva, frecuentemente optimista, del papel que juega el potencial de desarrollo existente en todo tipo de territorios, que permitiría a las comunidades locales dar la respuesta productiva adecuada y satisfacer las necesidades de la población (Vázquez Barquero, 1988; Alburquerque, 2001a).
Esta interpretación del desarrollo es una visión territorial que se apoya en la idea de que cada comunidad territorial se ha ido formando, históricamente, en función de las relaciones y vínculos de intereses de sus grupos sociales, de la construcción de una identidad y de una cultura propia que la diferencia de las otras comunidades (Massey, 1984). El territorio puede entenderse, por lo tanto, como el entramado de intereses de todo tipo de una comunidad territorial, lo que permite percibirlo como un agente de desarrollo, siempre que sea posible mantener y desarrollar la integridad y los intereses territoriales en los procesos de desarrollo y cambio estructural. Esta es una concepción que explica la realidad en todo tipo de territorios, como reconocen Scott (1988) al señalar la importancia de la cultura y de la identidad local en los procesos de desarrollo de las áreas metropolitanas más dinámicas, y Saraceno (2000) al analizar el proceso actual de transformación y diferenciación productiva de las áreas rurales.
Por lo tanto, en un momento concreto, una comunidad territorial, por iniciativa propia, puede encontrar nuevas ideas y proyectos que le permitan utilizar sus recursos y encontrar soluciones a sus necesidades y problemas. Los actores locales, a través de sus iniciativas y decisiones de inversión y de la participación en la formulación y gestión de las políticas, contribuyen al desarrollo y la dinámica productiva de una localidad, un país o un territorio (Friedmann y Weaber, 1979). Las estrategias de “desarrollo desde abajo”, que permiten movilizar y canalizar los recursos y las capacidades existentes en el territorio, conducen al progreso económico, cuando los actores locales interactúan entre sí, se organizan y realizan sus iniciativas de forma consistente y coordinada (Stöhr y Taylor, 1981).
Esta interpretación ha recibido el apoyo de aquellos que creen que el desarrollo no es importado sino que se produce gracias al trabajo y al esfuerzo económico y social de las comunidades locales. Para erradicar la pobreza y crear empleo la estrategia mas eficaz sería instaurar un modelo de desarrollo autónomo que movilizase el potencial de desarrollo existente en el territorio e impulsara la producción de las pequeñas explotaciones agrarias, las pequeñas y medianas empresas y la industria artesanal, que detuviera el proceso de urbanización masiva y que comprometiera la participación de la población en el proceso de desarrollo (Gore, 1984; Kitching, 1982).
Esta visión populista del desarrollo ha aflorado de forma cíclica y recurrente, sobre todo en los períodos posteriores a las tres grandes revoluciones tecnológicas: a principios del siglo XIX como reacción ante la deshumanización que representaba la industrialización y urbanización; en el primer tercio del siglo XX en la Rusia soviética, ante los efectos que produjo la industrialización socialista en el desarrollo agrario y la población campesina; y en el momento actual como reacción al impacto del proceso de globalización.
Esta visón del desarrollo explicaría por qué, en las últimas décadas, la economía social ha recibido una atención creciente, y por qué se han difundido las estrategias y las políticas que propugnan el surgimiento y desarrollo de iniciativas, basadas en la solidaridad, la autonomía de las comunidades locales (y, por lo tanto, de los países) y la utilización de los recursos y potencialidades de que disponen los territorios. Giordani (2004) argumenta que la economía social permite superar la separación entre capital y trabajo e introducir la solidaridad en el propio proceso económico, y propone para Venezuela un nuevo modelo de desarrollo que comprende al sector público, el sector privado y el sector de economía social. Desde esta perspectiva, la solidaridad estaría en el centro de la producción, de la acumulación, de la distribución y del consumo.
Así pues, desde esta visión del desarrollo se argumenta que la economía social surge espontáneamente como respuesta de la sociedad a las carencias sociales (en el empleo, en la vivienda, en la calidad de vida) que ni el mercado ni el estado son capaces de atender (Toscano, 2000). Se trata de emprendimientos orientados al bienestar social, que realizan las cooperativas, las micro y pequeñas empresas, las cajas de ahorro, y las instituciones sin ánimo de lucro, en las que prima el trabajo realizado por los miembros que participan en la gestión, y en donde las decisiones se toman de forma democrática entre sus miembros. La economía social es una cultura del desarrollo que permite integrar a grupos de población con riesgo de exclusión, aprovecha el potencial de desarrollo existente en el territorio, y estimula la producción y el empleo.
En resumen, la visión populista del desarrollo endógeno sostiene que, en la actualidad, lo importante del desarrollo es su carácter autónomo, basado en la utilización de los recursos propios y que, por lo tanto, se puede producir en cualquier localidad o territorio, ya que todos los territorios disponen de un potencial de desarrollo. La cuestión residiría en utilizar los recursos locales en proyectos diseñados y gestionados por los propios ciudadanos y las organizaciones locales, de tal manera que sus habitantes controlen el proceso a través de las iniciativas de desarrollo local.
Se trata de una interpretación poco realista de los procesos de desarrollo, que considera que las necesidades de la población estarían bien cubiertas y el éxito de las iniciativas locales garantizado cuando la población define, asume y controla los proyectos por muy limitados que sean los recursos de que dispone y las inversiones que se realizan. Además, valoriza la utilidad de los recursos de todo tipo existentes en un territorio, y considera que lo importante son los factores y las capacidades del territorio, que constituyen el patrimonio sobre el que basar la generación de renta y la satisfacción de las necesidades. Considera, además, que la acción ciudadana es la base de las políticas de desarrollo, por lo que las acciones públicas mas eficientes serían las que se diseñan y se gestionan de abajo hacia arriba, y además concede un valor democrático a la política de desarrollo y a las decisiones de los ciudadanos para satisfacer sus necesidades.
Esta visión adolece, sin embargo, de importantes limitaciones. Ante todo, desconoce que los procesos de desarrollo es preciso articularlos en función de la acumulación de capital, que el ahorro y la inversión son mecanismos necesarios si se desea la continuidad a largo plazo del proceso de transformación; y que en todo caso es necesario encontrar mecanismos que faciliten la autogeneración del desarrollo. Frecuentemente, se desconoce la importancia de introducir conocimiento en los procesos de producción y no se aprecia la importancia del papel que juegan las instituciones o la organización de la producción para obtener rendimientos crecientes. Por último, es una visión autárquica del desarrollo que suele desconocer que las economías locales están integradas en los sistemas productivos nacionales e internacionales y que, de una forma u otra, se ven afectados por los propios procesos en los que participan.

3. Desarrollo culturalmente sostenible
Los procesos de desarrollo están condicionados por las instituciones y la cultura del territorio, como reconocen los sociólogos (Weber, 1905; Putman, 1993; Fukuyama, 1995), los historiadores (Landes, 1998; North, 1990) y los economistas (Lewis, 1955; Lasuen y Aranzadi, 2002; Guiso et al., 2006). La cultura recoge los valores, las normas y los principios que se transmiten de generación en generación a través de la familia, la religión y los grupos sociales, y que pueden facilitar o entorpecer los resultados económicos. El éxito en la actividad económica depende de factores culturales como el espíritu de trabajo, la capacidad de ahorro, la honestidad, la tenacidad y la tolerancia, así como de las normas e instituciones que regulan las relaciones entre las personas y las organizaciones del territorio.
La cultura, por lo tanto, incide en los resultados de la economía y, sin duda, en los procesos de desarrollo, como sucede en el caso de su efecto sobre las preferencias individuales y colectivas o sobre las capacidades de los ciudadanos de un territorio para emprender iniciativas de desarrollo. Entre los mecanismos que permiten a la cultura contribuir de manera determinante, al buen funcionamiento de los procesos de desarrollo y acumulación de capital, destaca la confianza ya que impulsa el crecimiento de la renta per capita y el progreso económico (Arrow, 1974; Guiso et al., 2006).
La confianza es un concepto complejo que se refiere a situaciones muy dispares. Puede entenderse como un capital individual basado en la reputación de los actores y organizaciones que realizan las transacciones económicas y sociales; o puede entenderse como un capital social que surge espontáneamente en la sociedad y se difunde por todo el sistema productivo a medida que se forma la red de empresas, se establecen las relaciones y vinculaciones entre ellas, y se integran dentro de los intereses y redes del territorio. Existiría, por lo tanto, una relación directa entre el capital social de un territorio y su nivel y ritmo de desarrollo.
Pero, la cultura es algo más que un instrumento que facilita e influencia los procesos de desarrollo, ya que los mecanismos que favorecen los procesos de desarrollo tienen que ver con la proyección y utilización de las capacidades de las personas y de los ciudadanos y con la capacidad creativa y emprendedora de la población. Es decir, el núcleo del proceso de desarrollo residiría en el desarrollo de las capacidades humanas y, en particular, de la capacidad creadora de la población, que es una de las claves del proceso del proceso de acumulación de capital y del progreso económico de las sociedades y territorios.
Amartya Sen (2001) propone un cambio importante en la interpretación del desarrollo, cuando sostiene que el concepto de desarrollo va más allá del crecimiento y de los niveles de la renta per capita de un país o de un territorio, ya que son tan sólo un instrumento para que la población realice sus capacidades. Lo realmente importante es que las personas lleven a cabo aquellas funciones y actividades que desean y sean capaces de realizar. Es decir, el desarrollo económico se consigue mediante la utilización de las capacidades que las personas han desarrollado gracias a los recursos materiales y humanos, y a la cultura que posee el territorio.
Este es un concepto que manifiesta la estrecha relación existente entre desarrollo y libertad. Sen argumenta que lo importante en los procesos de desarrollo es la capacidad de los ciudadanos para poder decidir sobre cuales son las potencialidades que están dispuestos a utilizar en la realización de su proyecto de vida y, por lo tanto, en su contribución al desarrollo; es decir, se trata de que los ciudadanos puedan elegir, de que la población tenga las oportunidades para poder realizar las actividades que desee con las habilidades y el conocimiento que tiene. Desde esa perspectiva, la libertad de elegir de los ciudadanos ocuparía un lugar central en los procesos de desarrollo, por lo que Sen argumenta que las instituciones, y las normas y reglas, formales e informales, deberían contribuir al ejercicio de la libertad de los ciudadanos y que la libertad es un valor intercultural ya que permite siempre y en todo lugar la utilización de las capacidades de la población.
Como comenta Alonso (2006), la visión de Sen presenta el desarrollo como un proceso abierto que se nutre de las oportunidades y capacidades de las personas que cambian y se transforman a medida que el proceso se produce. Una ciudad, una región y un país se desarrollan cuando se crean los mecanismos y disponen de instituciones que permiten a los ciudadanos elegir libremente las capacidades que desean desarrollar. Es, por lo tanto, un proceso de transformación continua de la economía y de la sociedad basado en el desarrollo de las potencialidades y de las capacidades de los individuos, por lo que afecta a todo tipo de territorios cualquiera que sea el nivel de desarrollo.
Este enfoque del desarrollo sitúa al hombre en el centro de los procesos de transformación de la economía y la sociedad, lo que tiene implicaciones importantes. Ante todo, se entiende que los resultados materiales de la actividad humana nunca son un fin en sí mismo, sino que son un instrumento para el bienestar de los ciudadanos. Además, la pobreza (y, por lo tanto, los bajos niveles de ingreso) deja de ser una limitación para el desarrollo ya que lo que cuenta no es la cantidad de recursos de un territorio sino las capacidades de sus habitantes y es bien conocido, como muestran los movimientos migratorios del último siglo, que las personas con pocos recursos económicos, no por ello carecen de capacidad emprendedora, creatividad, y sentido del ahorro e inversión. Por último, esta visión elimina la falsa diferenciación entre desarrollo y subdesarrollo, ya que considera el desarrollo como un proceso continuo que cambia y transforma las capacidades de la población en función de los cambios en el entorno que el, asimismo, ayuda a transformar.
El argumento de que la utilización de las capacidades de la población es un elemento crítico en los procesos de desarrollo, conduce inexorablemente a considerar que la capacidad creativa del ser humano es una condición necesaria para que un país o un territorio se desarrolle, ya que sin ella no es posible entender el funcionamiento del sistema económico, ni el de los mecanismos y las fuerzas que impulsan los procesos de progreso económico.
La capacidad creadora ha permitido al hombre crear los mecanismos (económicos, tecnológicos e institucionales) que facilitan el aumento de la productividad, le permiten alcanzar el progreso económico y transformar la sociedad. La creatividad va unida a la capacidad emprendedora de los individuos y de las organizaciones ya que facilita el desarrollo de aquella y, por lo tanto, las transformaciones urbanas, tecnológicas, organizativas, productivas e institucionales (Lasuen y Aranzadi, 2002). Puede concluirse que a través de la capacidad emprendedora las personas transforman la realidad y crean las oportunidades de desarrollo.
La capacidad empresarial y organizativa es, por lo tanto, una forma de manifestación de la capacidad creadora de las personas que le permite producir algo nuevo y original en el entorno en el que vive. El proceso creador se produce en función de los recursos, potencial y factores de atracción que caracterizan a un territorio y que cambian de unos lugares a otros. Por ello, la capacidad emprendedora está siempre condicionada por los factores culturales que explican la especificidad del territorio. De ahí que se pueda decir que el desarrollo se produce gracias a la creatividad emprendedora de los ciudadanos en un determinado entorno cultural. Así pues, desarrollo, creatividad y cultura se relacionan de forma diferente en cada territorio. Se produce entre ellos un proceso de interacciones continuas a medida que toma forma el proceso de desarrollo del territorio.
El desarrollo de un territorio es, en definitiva, un proceso interactivo. Las instituciones económicas y no económicas son importantes para el funcionamiento de la economía, la introducción de innovaciones y el cambio tecnológico, así como para la transformación de las organizaciones, productivas y monetarias (Polanyi et al., 1957). Pero, el proceso de desarrollo económico produce, a su vez, la transformación de las instituciones y de la cultura, tal como mantiene el pensamiento marxista al argumentar que la estructura productiva determina las creencias y en general la cultura; si bien Becker (1996) puntualiza que, dado que los individuos y la sociedad tienen un control limitado sobre la cultura, los cambios culturales serían más lentos que los del capital social. El cambio de la cultura, las instituciones y el capital social ejerce, a su vez, su influencia en los mecanismos que dinamizan la productividad y el desarrollo de los territorios.
La visión cultural del desarrollo es una interpretación que pone en el centro del desarrollo al hombre ya que las transformaciones y cambios de la economía y la sociedad se producen gracias a sus capacidades, y específicamente gracias a las capacidades creativa y emprendedora, y además el desarrollo cobra sentido cuando el hombre es su beneficiario. Esto permite tratar la cuestión de la pobreza de una forma natural ya que, a pesar de que los recursos económicos sean reducidos, las capacidades humanas se pueden utilizar y desarrollar con lo que se mejoraría el bienestar de la población. Por otro lado, esta visión del desarrollo razona en términos de un modelo de desarrollo culturalmente sostenible que interpreta los cambios de la economía y la sociedad como un proceso abierto y continuo y, por lo tanto, conceptualiza los procesos de cambio cualquiera que sea la cuantía de los recursos disponibles y los niveles de la renta generada.
Pero, esta visión, al poner el énfasis en el desarrollo humano, en cierta forma pasa por alto la relevancia que tiene el potencial de desarrollo del territorio en los procesos de desarrollo económico. Su planteamiento, además, no le concede a los mecanismos y fuerzas del desarrollo que condicionan el proceso de acumulación de capital, el valor que tienen, por lo que sus propuestas de intervención suelen adolecer de restricciones que limitan la aparición de procesos de desarrollo autosostenido. Por último, con frecuencia las iniciativas a las que ha dado lugar este enfoque del desarrollo endógeno tienen un carácter asistencial y se quedan cortas a la hora de promover procesos de desarrollo, económica y socialmente sostenibles.

4. Acumulación de capital y progreso económico
Desde la perspectiva de la evolución y transformaciones de la economía de un país o de un territorio, la cuestión central del desarrollo residiría en identificar los mecanismos que facilitan los procesos de crecimiento y cambio estructural. El desarrollo económico se produce como consecuencia de la aplicación de ahorro a las inversiones productivas y, por lo tanto, reside en los procesos que estimulan el aumento de la productividad en la economía. Pero, al analizar esta cuestión conviene precisar cuáles son los mecanismos que permiten neutralizar los efectos de la ley de rendimientos decrecientes, que, como argumenta el pensamiento neoclásico, podrían conducir a las economías al estado estacionario (Sala-i-Martín, 2000).
La teoría del crecimiento endógeno (Romer, 1986 y 1994; Lucas, 1988; Rebelo, 1991) ha dado un paso adelante para entender el comportamiento de la productividad, ya que considera que los rendimientos decrecientes son tan solo uno de los resultados posibles del funcionamiento del proceso de acumulación de capital. Existen otras vías de crecimiento económico cuando las inversiones en bienes de capital, incluido el capital humano, generan rendimientos crecientes, como consecuencia de la difusión de las innovaciones y del conocimiento entre las empresas y la creación de economías externas. Pero, no es posible comprender estos procesos en toda su complejidad, si no se acepta que el comportamiento de la productividad depende también de otras fuerzas y mecanismos que no recoge de forma explícita la función de producción.
La teoría del desarrollo endógeno plantea una interpretación útil en este sentido, ya que va más allá de la argumentación en términos de la utilización eficiente de los recursos disponibles, del potencial de desarrollo, y analiza los mecanismos que regulan y controlan los procesos de acumulación y que favorecen la aparición de rendimientos crecientes y, por lo tanto, explican el desarrollo económico. Estas fuerzas, que son endógenas al funcionamiento del proceso de acumulación de capital son, entre otras, la organización de la producción, la difusión de las innovaciones, la dinámica territorial y urbana, y el desarrollo de las instituciones (Vázquez-Barquero, 2002, 2005).
La organización de los sistemas productivos esconde una de las fuerzas centrales del proceso de acumulación de capital, como se ha puesto de manifiesto en los países avanzados, en las economías de desarrollo tardío y en las economías emergentes durante las dos últimas décadas (Becattini, 1997 y 2002; Costa Campi, 1988; Pietrobelli y Rabellotti, 2006). La cuestión no reside en si el sistema productivo de una localidad o territorio está formado por empresas grandes o por empresas pequeñas sino en el modelo de organización de la producción y sus efectos sobre el comportamiento de la productividad y de la competitividad.
Así pues, los “clusters”, los sistemas productivos locales son formas de organización de la producción, basadas en la división del trabajo entre las empresas y la creación de un sistema de intercambios locales que produce el aumento de la productividad y el crecimiento de la economía. Se trata de un modelo de organización que permite generar rendimientos crecientes cuando la interacción entre las empresas propicia la utilización de las economías externas de escala existentes en los sistemas productivos, a fin de cuentas uno de los potenciales de desarrollo de las economías.
Pero, además, la adopción de sistemas más flexibles en la organización de las grandes empresas y grupos de empresas las hacen más eficientes y competitivas ya que estimula el despliegue de nuevas estrategias territoriales, articulado a través de redes de plantas subsidiarias más autónomas y más integradas en el territorio. La mayor capilaridad de la organización de las empresas les permite utilizar más eficientemente los atributos territoriales y obtener, así, ventajas competitivas en los mercados.
La formación y desarrollo de redes y sistemas flexibles de empresas, la interacción de las empresas con los actores locales y las alianzas estratégicas permiten a los sistemas productivos generar economías (externas e internas, según los casos) de escala en la producción pero también en la investigación y desarrollo de los productos (cuando las alianzas afectan a la innovación), y reducir así los costes de negociación y transacción entre las empresas.
La introducción y difusión de las innovaciones y el conocimiento, por su parte, es otro de los mecanismos que estimulan el aumento de la productividad y el progreso económico, ya que impulsa la transformación y renovación del sistema productivo (Maillat, 1995; Freeman y Soete, 1997).
La adopción de innovaciones permite a las empresas ampliar la gama de productos, y crear unidades de mayor tamaño y construir plantas de menor dimensión, económicamente más eficientes, con lo que se refuerzan las economías internas de escala. Además, las innovaciones hacen que las empresas puedan definir y ejecutar estrategias dirigidas a ampliar y explorar nuevos mercados de productos y de factores. La adaptación de tecnologías favorece la diferenciación de la producción y crea economías de diversidad. La introducción y difusión, en suma, de las innovaciones conducen a aumentar y mejorar el “stock” de conocimientos tecnológicos del sistema productivo, lo que crea economías externas, de las que se benefician todas las empresas.
En resumen, la difusión de las innovaciones por el tejido productivo permite obtener economías, internas y externas, de escala y economías de diversidad a todas y cada una de las empresas del “cluster” o sistema productivo y, por lo tanto, genera el aumento de la productividad y de la competitividad de las empresas y de las economías locales (Rosegger, 1996).
En un escenario como el actual caracterizado por la globalización de la producción y de los intercambios y el aumento de las actividades de servicios, las ciudades se han convertido en un espacio preferente del desarrollo, ya que en ellas se toman las decisiones de inversión y se realiza la localización de las empresas industriales y de servicios (Lasuen, 1973; Scott, 1998).
La ciudad es un espacio que facilita los procesos de desarrollo endógeno: genera externalidades que permiten la aparición de rendimientos crecientes, tiene un sistema productivo diversificado que potencia la dinámica económica, es un espacio de redes en el que las relaciones entre actores permiten la difusión del conocimiento y estimula los procesos de innovación y de aprendizaje de las empresas (Quigley, 1998; Glaeser, 1998). Las ciudades son el lugar para la creación y desarrollo de nuevos espacios industriales y de servicios debido a la capacidad de generar externalidades y hacer aflorar las economías ocultas que produce la aglomeración.
Pero, como señala Saraceno (2006), la diversificación de las actividades económicas de las áreas rurales y la multiplicación de formas de integración exterior contribuyen de manera singular al desarrollo diferenciado de las localidades y territorios rurales. La fortaleza de estos procesos de desarrollo reside no tanto en las economías de escala de las explotaciones agrarias, como en la potenciación de las economías de diversidad cuando la diversificación de las explotaciones agrarias se combina con actividades distintas en los sectores industriales y de servicios. La diversificación de la economía rural y la combinación con actividades distintas, favorecen, por lo tanto, el desarrollo rural, sobre todo cuando la economía y el sistema productivo local están bien conectados a la red de transportes y comunicaciones, dentro de un contexto urbano dinámico.
Por último, los procesos de desarrollo tienen, además, profundas raíces institucionales y culturales (Lewis, 1955; North, 1990 y 1994). El desarrollo de una economía lo promueven los actores presentes en el territorio mediante las iniciativas y decisiones de inversión y localización a través de las que realizan sus proyectos. Las ciudades y territorios albergan normas e instituciones específicas, formales e informales, que se han ido formando a medida que el sistema productivo, la cultura y la propia sociedad se desarrollaban. Dado que los agentes económicos toman sus decisiones en ese entorno organizativo e institucional, el tipo de instituciones existentes facilitará o dificultará la actividad económica.
El desarrollo económico toma fuerza en aquellos territorios, que tienen un sistema institucional evolucionado, complejo y flexible. Su relevancia estratégica reside en que el desarrollo institucional permite reducir los costes de negociación y producción, aumenta la confianza entre los actores económicos, estimula la capacidad empresarial, propicia el fortalecimiento de las redes y la cooperación entre los actores y estimula los mecanismos de aprendizaje y de interacción. Es decir, las instituciones condicionan el comportamiento de la productividad y, por lo tanto, los rendimientos y el progreso económico.
Finalmente, como se ha argumentado en otra parte (Vázquez Barquero, 2002 y 2005), los mecanismos del desarrollo constituyen las capacidades del territorio y forman un entorno en el que se organizan y realizan los procesos de transformación y cambio de las economías. Los procesos de acumulación de capital requieren la acción combinada de todas y cada una de las fuerzas del desarrollo, hasta el punto que el impacto de cada una de ellas sobre la productividad y los rendimientos esta condicionado por el comportamiento de las demás. Es decir, la interacción de las fuerzas del desarrollo y su funcionamiento sinérgico estimulan el desarrollo económico y la dinámica social.
La visión evolutiva del desarrollo endógeno es una interpretación que supera las propuestas del pensamiento neoclásico tradicional, al utilizar un modelo de análisis que da importancia a los rendimientos crecientes, considera que la introducción de conocimiento es clave en los procesos de desarrollo y enfoca el desarrollo desde una perspectiva territorial. Propone, además un modelo de desarrollo autosostenido, basado en la creación de un excedente que permita la reinversión y garantice la transformación continua del sistema productivo mediante los cambios constantes de las fuerzas de desarrollo. En definitiva esta visión del desarrollo constituye un modelo para el análisis y para la acción.
Pero, se trata de una visión parcial de la dinámica económica de un país o de un territorio, que no señala la relevancia del funcionamiento macroeconómico, sino que se apoya en el supuesto de que la economía mantiene los equilibrios macroeconómicos. Además, aunque interpreta el crecimiento de la economía en términos competitivos, no incluye un análisis del funcionamiento de la demanda ni de la integración de la economía local en el sistema de relaciones económicas internacionales. Por último, es una interpretación que se centra sobre todo en las condiciones económicas del cambio y de las transformaciones de la economía y de la sociedad y, por lo tanto, no incorpora en el análisis elementos importantes que afectan a la sostenibilidad social, cultural y medioambiental del desarrollo.

5. La complejidad del desarrollo
La discusión anterior muestra que el desarrollo de una localidad, de un territorio o de un país consiste en un proceso de transformaciones y cambios endógenos, impulsados por la creatividad y la capacidad emprendedora existente en el territorio y, por lo tanto, sostiene que los procesos de desarrollo no se pueden explicar a través de mecanismos externos al propio proceso de desarrollo. Cuando se desarrolla una localidad o un territorio, siempre ocurre de forma endógena; es decir, utilizando las capacidades del territorio a través de los mecanismos y fuerzas que caracterizan el proceso de acumulación de capital y facilitan el progreso económico.
El desarrollo es, ante todo, un proceso territorial en el que la capacidad emprendedora e innovadora constituye el mecanismo impulsor de los procesos de transformación de la economía y de la sociedad. Fua (1994), sostiene que lo realmente decisivo para que el desarrollo sea sostenible y duradero son los factores que determinan la competencia espacial del territorio, entre los que destacan la capacidad empresarial y organizativa, la cualificación de la mano de obra, la instrucción de la población, los recursos medioambientales y el funcionamiento de las instituciones. El desarrollo es, además, un proceso que está difuso en el territorio y se apoya no sólo en los factores económicos sino también en factores sociales y culturales del territorio. En este sentido, Becattini (1979) argumenta que las empresas no son entidades aisladas que intercambian productos y servicios en mercados abstractos, sino que están localizadas en territorios concretos y forman parte de sistemas productivos firmemente integrados en la sociedad local. Aydalot (1985) apostilla que los territorios que muestran un mayor dinamismo son aquellos cuyos procesos de desarrollo se caracterizan por la flexibilidad del sistema productivo, la capacidad innovadora de sus organizaciones y la diversidad económica y cultural.
Ahora bien, como hemos visto, existe un amplio abanico de interpretaciones sobre el significado de la endogeneidad de los procesos de desarrollo. Pero, como señala Boisier (2003), la endogeneidad, en lo esencial, consiste en la capacidad del territorio para ahorrar e invertir los beneficios en el propio territorio e impulsar el progreso tecnológico del tejido productivo a partir del sistema territorial de innovación, argumenta que el desarrollo endógeno se apoya en la capacidad de las localidades y territorios para adoptar su propia estrategia de desarrollo y llevar a cabo las acciones necesarias para alcanzar los objetivos que la sociedad se ha marcado, lo que se vería favorecido por la existencia de una cultura e instituciones que potencien la competitividad de las empresas y de la economía local.
Por lo tanto, la visión evolutiva del desarrollo endógeno permitiría entender uno de los puntos centrales de los procesos de desarrollo. Desde esta perspectiva, el desarrollo endógeno se asociaría con el proceso de acumulación de capital y con los mecanismos que permiten el desarrollo económico sostenible. En este sentido se argumenta que las transformaciones económicas, sociales e institucionales son posibles cuando los recursos que se utilizan en los proyectos de inversión inciden sobre las fuerzas del desarrollo favoreciendo la aparición de rendimientos crecientes. Es decir, el desarrollo endógeno hace referencia al proceso de acumulación de capital, y a los mecanismos internos que permiten la transformación del ahorro e inversión en capacidad productiva y progreso económico.
Arocena (2001) señala que el desarrollo endógeno es un proceso en el que los aspectos sociales se integran con los aspectos económicos. Crecimiento económico y distribución de la renta y de la riqueza no son dos procesos paralelos, sino que son parte de un mismo fenómeno, ya que los actores públicos y privados toman las decisiones de inversión no sólo con la finalidad de mejorar la productividad y la competitividad de las empresas, sino también con el fin de resolver los problemas y mejorar el bienestar de la sociedad.
Pero cuando se analizan los factores y fuerzas en los que se apoyan los procesos de transformación y desarrollo económico, se advierte que son una creación humana. Las ciudades y el desarrollo urbano son, quizás, una de las creaciones humanas más importantes, que se ha mantenido porque permite la afloración de economías de aglomeración, importantes para la realización de los emprendimientos. El surgimiento de empresas y la organización de la producción se producen como consecuencia de la capacidad creadora del hombre que busca las formas más eficientes de producción, que faciliten la generación de economías de escala y de diversidad y la reducción de los costes de transacción. Las normas y las reglas de juego las adoptan las comunidades y los pueblos para dar respuesta a las necesidades y demandas de los ciudadanos y de las organizaciones, que buscan ser más eficientes reduciendo los costes de negociación, y resolver los conflictos y los problemas de manera más eficaz. La creación y difusión de las innovaciones, por último, es sin lugar a dudas una de las formas a través las que la creatividad humana realiza el cambio del entorno, facilita la transformación de los sistemas productivos y organizativos, y de las pautas de consumo de la sociedad, lo que contribuye a la mejora de la productividad y satisface las necesidades de la población.
Por ello, como señala la visión cultural del desarrollo, el desarrollo endógeno se puede entender como un proceso culturalmente sostenible en el que el hombre constituye el elemento central del proceso no solo porque sus capacidades y su creatividad son la base sobre la que se apoya el proceso de acumulación y progreso de las localidades y territorios, sino también porque el hombre es el beneficiario del esfuerzo de transformación económica y social. El desarrollo endógeno es, desde esta óptica, desarrollo humano y expresión de la capacidad de los ciudadanos para escoger y elegir libremente su proyecto de vida y, de esta forma, el sendero de cambio y de transformación de la economía y de la sociedad. El desarrollo se produce, por lo tanto, como consecuencia de la respuesta que en cada momento dan los ciudadanos a los cambios del entorno utilizando su creatividad emprendedora.
Pero, el desarrollo endógeno es, sobre todo, un enfoque para la acción. Desde principios de los años ochenta, los altos niveles de desempleo y de pobreza que se generaron como consecuencia de los efectos negativos de la globalización y del ajuste productivo, provocaron un profundo cambio en las políticas de desarrollo (Stöhr, 1990; Vázquez Barquero, 1993), y las iniciativas impulsadas por los gobiernos y las comunidades locales se han convertido en los instrumentos de la nueva política de desarrollo en numerosas economías de los países emergentes y de desarrollo tardío (Alburquerque, 2001b; Aghon et al., 2001; Altenburg y Meyer-Stamer, 1999).
Ante las insuficiencias de las políticas económicas de las administraciones centrales para resolver los problemas asociados con la creación de empleo y la mejora del bienestar social, los actores locales, de forma espontánea, trataron de encauzar los procesos de ajuste de los sistemas productivos, mediante acciones que, en última instancia, se proponían aumentar la productividad de las explotaciones agrarias y de las empresas industriales y de servicios, y ejecutaron proyectos de desarrollo orientados a promover la equidad y el bienestar de los ciudadanos, y mejorar la calidad de vida de la población.
Nace así la nueva política de desarrollo que cumple una función relevante en los procesos de desarrollo económico, puesto que actúa como catalizador de los mecanismos y fuerzas del desarrollo, a través de las iniciativas locales: facilita el desarrollo empresarial y la creación de redes de empresas, fomenta la difusión de las innovaciones y el conocimiento, mejora el desarrollo urbano, y estimula la dinámica del tejido institucional. Para ello pone su énfasis en crear un entorno territorial favorable al desarrollo a través de iniciativas locales, que se ocupan de los aspectos económicos, sociales y culturales del territorio.

6. Comentarios finales
La discusión anterior nos lleva a considerar que el desarrollo endógeno es un concepto complejo en el que confluyen diferentes visiones del desarrollo. El núcleo de esta interpretación reside en el carácter territorial de los procesos de crecimiento y cambio estructural que depende de los factores y mecanismos territoriales en que se basa el desarrollo, de un lado, y en las leyes que regulan y gobiernan los procesos de crecimiento y de distribución de la renta, de otro. Pero, no es posible limitar el concepto de desarrollo endógeno a una visión única, ya que las bases territoriales del desarrollo difieren de un lugar a otro, la realidad cambia y las condiciones en las que se producen los procesos de desarrollo se transforman. En este sentido, los diferentes enfoques del desarrollo endógeno no son necesariamente incompatibles entre sí, sino que, más bien, se pueden integrar en una interpretación más compleja.
La visión populista cobra mayor sentido dentro de una interpretación más amplia del desarrollo endógeno, que considera que la capacidad emprendedora y la creatividad de la población son los mecanismos que impulsan el cambio y la transformación de la economía y la sociedad de lugares y territorios a través de las iniciativas que favorecen los procesos de acumulación de capital. Por su parte, la visión evolutiva del desarrollo es una interpretación que identifica la mecánica de los procesos de desarrollo, útil para analizar y actuar sobre la realidad, por lo que conceptualiza los fenómenos actuales que plantea el desarrollo y orienta las respuestas de los actores a los desafíos de la globalización. La visión del desarrollo humano, a su vez, entiende el desarrollo como un proceso culturalmente sostenible. Pero, su sostenibilidad requiere apoyarse en la visión evolutiva del desarrollo ya que los procesos de desarrollo económico los impulsan las capacidades de las personas, pero también las capacidades de producción de los territorios que estimulan las fuerzas del desarrollo.
El concepto de desarrollo endógeno se ha convertido, por último, en una interpretación que facilita la definición de estrategias y políticas, que los actores de un territorio pueden ejecutar aprovechando las oportunidades que presenta la globalización. Cualquiera que sea la interpretación que se adopte, las políticas de desarrollo tienen que construirse a partir de factores económicos, sociales, ambientales, institucionales, políticos y culturales que se combinan de forma única en cada localidad, en cada territorio. Por ello, la nueva política de desarrollo sostiene que las iniciativas de desarrollo difieren de un territorio a otro, de una localidad a otra, y son la población y sus organizaciones quienes deciden cómo responder a los desafíos a los que cada uno de los lugares y territorios se enfrenta en el proceso de desarrollo.


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